Debo decir, para hablar con la mayor franqueza, que no soy partidario de la proliferación de banderas y de escudos. Pero ya que el gobierno provincial está decidido a que Córdoba tenga su enseña local, debemos tratar de que ella sea la mejor posible. En ese deseo, deben tenerse en cuenta algunas consideraciones elementales.
La primera, es comprender que una bandera no es solamente una creación estética –o no lo es principalmente- y la segunda que ella debe expresar en el nivel simbólico no sólo la realidad de la provincia, sino también –o fundamentalmente- las raíces históricas de la entidad geográfico-política que debe representar, en este caso nuestra provincia.
En este sentido, el aspecto artístico-estético de la bandera no debe ser una externidad formal vacía de contenido ni debe avasallar a éste, sino que debe ser una con él: expresarlo, no empañarlo ni tergiversarlo.
En cuanto a la substancia, a la materia propia de la futura bandera, ella debe estar íntimamente ligada, como dije, a los orígenes históricos de la provincia, que no son otros que su inicial pertenencia a la naciente nacionalidad argentina y, dentro de ella, al sistema federal que organizó desde el Litoral –pero abarcando todo el país- el caudillo argentino-oriental don José Gervasio Artigas (*). Esto lo comprendieron ya al momento de darse sus respectivas banderas las provincias que en 1815 integraron el “Sistema de los Pueblos Libres” del artiguismo. En efecto: Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes, Misiones (en los ejércitos de Andresito Guacurarí) y Córdoba, todas estas provincias enarbolaron en 1815 la bandera artiguista, que era la enseña argentina tradicional cruzada por una franja roja oblicua de arriba a bajo y de izquierda a derecha. Entre Ríos la mantuvo idéntica hasta la actualidad; Santa Fe la adaptó en tres franjas verticales, manteniendo los colores del federalismo de Artigas: rojo, blanco y celeste, con el escudo provincial al medio, Corrientes mantuvo las dos franjas celestes primera y tercera y la blanca al medio, y aunque suprimió el rojo incorporó el lema provincial que resume el ideario del “Sistema de los Pueblos Libres”: “Patria, Libertad, Constitución”, y Misiones, al adoptar su bandera en 1992, la diseñó en tres franjas con los colores también del federalismo que su máximo caudillo –Andrésito Guacurarí o Andrés Artigas, como también se lo conoce- sostuvo en sus batallas: rojo, azul y blanco en tres franjas horizontales.
Córdoba, que pertenece asimismo a esta tradición histórica y política, y que integra con Santa Fe y Entre Ríos la “Región Centro”, no puede menos que remitirse a estos antecedentes al momento de diseñar y aprobar su bandera. A los elementos simbólicos que provienen de la Patria Vieja se le pueden añadir elementos representativos de esta nueva etapa (la industria, la agricultura, etc.), pero la base de todos y cada uno de ellos debe ser el transfondo histórico que ha constituido la identidad de Córdoba como entidad geográfica, humana y política a través del tiempo. La torre almenada clásica de los escudos de la provincia, aparte de remanida en el uso repetido y rutinario, en realidad no representa a la Córdoba que emergió con la Independencia , sino a la Córdoba hispánica que sucumbió con la época colonial el 25 de Mayo de 1810. Sería una ironía y hasta una burla que en este Bicentenario de la Independencia se la tomara como sello distintivo.
(*) Sobre el artiguismo como primer Movimiento Nacional argentino, extendido no sólo al Litoral sino a todas las 14 provincias (hasta San Juan y Salta) cuando aun éramos un solo país con el Uruguay –hasta 1830- puede verse mi libro “La Saga del Artiguismo Mediterráneo”, Alción Editora, Córdoba 1996
Córdoba, 20 de agosto de 2010
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