Las banderas nacieron como una necesidad militar, para identificar a la fuerza propia y a su vez diferenciarla del enemigo. En tiempos de guerra, arrebatar la bandera al bando rival era un acto supremo de heroísmo, casi como arrancarle el alma. Portarla, ser abanderado, por el mismo motivo, representaba el más alto honor.
En tiempos de paz, civiles, el significado de las banderas es diferente. Simbolizan nacionalidad, identidad, pertenencia a un espacio común. Distinguen a los atletas que participan en jornadas olímpicas, a los buques mercantes que surcan los mares del mundo y a cada país en los foros internacionales, entre otras cosas.
Nuestra Argentina tiene su propia bandera, muy hermosa por cierto, creada por Manuel Belgrano. Pero hubo otras, que se usaron en distintas ocasiones a lo largo de la historia y forman parte del acervo común. Como la bandera federal de Artigas, la de Los Andes que utilizó el general San Martín en su campaña continental, o el paño negro que hacía flamear Facundo Quiroga en la guerra contra los unitarios, por citar algunos ejemplos.
Las provincias argentinas, a su tiempo, crearon sus propias banderas; algunas antes, otras después. Al fin y al cabo, las provincias son anteriores a la Nación , por lo que están en todo su derecho de contar con una divisa propia, sin que esto signifique un demérito para la insignia nacional, la que cobija a todos los argentinos.
¿Qué debe tener una bandera para representar cabalmente a una comunidad? Nada en particular, simplemente ser adoptada como propia por sus integrantes y respetada como tal. En mi opinión, incorporar demasiados símbolos o íconos a una divisa sólo agrega complejidad para interpretarlos. No quiere decir que no deba tenerlos, pero si es así, debieran ser sencillos, estéticamente agradables y fácilmente identificables. De lo contrario, cada uno de nosotros necesitará un vexilólogo de cabecera, y ésa no es la idea. No debe perderse de vista que la bandera, antes que un compendio de temporalidades, es una manifestación del espíritu de los pueblos y su finalidad es otorgar visibilidad a ese sentimiento.
Y una última reflexión: que tengamos una bandera no nos hace mejor a los demás, a los que la tienen o a quienes no la tienen. La verdadera grandeza de las sociedades se construye día a día, aportando al progreso común y a la igualdad y libertad de sus integrantes.
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